Del antiguo cinturón rojo de l'Horta ya no queda casi ningún municipio de ese color. El rojo de la izquierda que inundó Valencia y la inmensa mayoría de los pueblos del norte, oeste y sur de la capital durante los años de la transición se ha ido volviendo azul derecha -como sus camisas de desfile-, en una especie de reconquista que se inició con el pacto entre la derecha nacional de Rita Barberá y la derecha valencianista de González Lizondo en el ayuntamiento de Valencia.
La antigua capital de la República volvió a caer en manos de los depredadores de siempre y, con ella, casi todo el cinturón que la rodea, en un nuevo acto de servilismo y empatía política que ha permitido las aberrciones que hemos visto desarrollarse en toda la huerta durante los últimos 20 años.
Desde la izquierda real, como a algunos les gusta llamarse, desde el ecologismo y el nacionalismo que ahora ofrecemos una alternativa a los viejos modelos tradicionales, claramente insuficientes e ineficaces para resolver los problemas actuales de la sociedad- no cabría oportunidad alguna, por acción o por omisión, para dar a la derecha- ni autonómica ni local- oportunidad alguna de aumentar su capacidad predatoria ni alimentar su capacidad de adormecer conciencias, desactivar reacciones y taponar el desarrollo social que propugnamos. Cualquier pacto pre o post electoral que se plantee no puede favorecer de ninguna manera el poder -ya demasiado grande- de aquellos que no han demostrado más amor y devoción por su pueblo que por el dinero que puedan robarle.
Y para dejarlo bien claro en román paladino, la portavoz de PP de Burjassot y actual candidata del PP en mi pueblo no debería ser parte del próximo equipo de gobierno más que si el pueblo de Burjassot le otorgara la mayoría absoluta (cosa que procuraremos que no pase) y, de ninguna manera, porque -por activa o por pasiva- el resto de fuerzas, incluido quienes dicen representar a Compromís, lo permitan. Muchos de nosotros no sólo no lo entenderíamos sino que deberíamos actuar en consecuencia para demostrar que, al menos en Burjassot, otras formas de hacer y entender la política no sólo es posible sino necesario frente a quienes alimentan viejos y dañinos diablos.
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