Me envía una muy buena amiga y concejala en Rocafort esta noticia sobre el comportamiento caciquil y chulesco del alcalde de Rocafort, D. Sebastian Bosch Ponce, apoyado y jaleado por el grupo municipal del PP al completo, en el último pleno del Ayuntamiento de esta localidad:

El PP ha demostrado en el Pleno de hoy que su mayoría absoluta está por encima del derecho fundamental de los vecinos a estar informados de los asuntos que se debaten en los Plenos.
(leer la noticia completa)
Es evidente, por lo que está pasando con el Partido Popular valenciano, que la escuela de Alfonso Rus está calando entre los discípulos aventajados de su partido. Acompañan, eso sí, la chulería sosa de Ricardo Costa y la altanería insultante del tío Paco Camps, junto con los roncos exabruptos de Rita Barberá, en las clases magistrales que imparten cada día los maestros de ceremonias peperos.
Han creado escuela y han creado estilo. Frente al ejercicio de la política, en cualquiera de sus ámbitos, que pretenden hacer las diferentes fuerzas y personas implicadas en la búsqueda de la mejora de las condiciones de vida de la gente, el Partido Popular se ha instalado en el rebuzno victimista permanente, generando tanto griterío que sea imposible escuchar la verdadera realidad del país y de los municipios que dicen gobernar: su único interés es la permanencia en el poder como mecanismo de defensa ante el cúmulo de corruptelas, equivocaciones, mentiras, cobardías e imputaciones que atesoran.
Quienes están en política por generosidad no tienen miedo a que la gente del pueblo sepan lo que hacen. No les importa enseñar los contratos que han firmado, las facturas que dicen haber pagado, no les importa que las palabras pronunciadas en un pleno puedan ser reproducidas después y conocidas por el conjunto de la ciudadanía porque son la expresión de un proyecto político refrendado por los votos y plasmado en acuerdos y acciones concretas.
Los otros, los alcaldes, presidentes de diputación o molt honorables tios pacos, son los que se atrincheran en sus poltronas, rodeados de lacayos bien pagados que buscan un respaldo electoral que les permita creerse inmunes a las consecuencias de sus tropelías.
Rus y sus rucios han perdido -si alguna vez lo tuvieron- el respeto a las instituciones, a su significado, a la representación que supuestamente ejercen emanada de la ciudadanía. Son, con diferencia, la peor lacra que este país ha tenido en los últimos años. No dudo que esa cacofonía bien orquestada desde la dirección popular tendrá sus frutos el próximo domingo en las urnas. La desinformación y la desestructuración y la apatía de la sociedad civil por los problemas que nos envuelven es preocupante y un lastre que impide cambiar tendencias y posicionamientos ante una contienda electoral. Pero ese es el gran reto de los políticos altruistas y generosos, el gran reto de la Política en estos tiempos de ruido y estruendo. Devolver la voz a sus dueños y escuchar lo que el mundo tiene que decir. El debate, el diálogo, la confrontación de ideas y proyectos, la dialéctica, el ágora del pensamiento, no estan muertos. Su letargo tiene que terminar de manera inminente si queremos cambiar el rumbo de la sociedad que padecemos. Y no contamos con la ayuda ni la voluntad de los actuales poderosos mandatarios políticos. Esa es la revolución pendiente, la gran batalla que se avecina y para la que debemos estar preparados.
Es evidente, por lo que está pasando con el Partido Popular valenciano, que la escuela de Alfonso Rus está calando entre los discípulos aventajados de su partido. Acompañan, eso sí, la chulería sosa de Ricardo Costa y la altanería insultante del tío Paco Camps, junto con los roncos exabruptos de Rita Barberá, en las clases magistrales que imparten cada día los maestros de ceremonias peperos.
Han creado escuela y han creado estilo. Frente al ejercicio de la política, en cualquiera de sus ámbitos, que pretenden hacer las diferentes fuerzas y personas implicadas en la búsqueda de la mejora de las condiciones de vida de la gente, el Partido Popular se ha instalado en el rebuzno victimista permanente, generando tanto griterío que sea imposible escuchar la verdadera realidad del país y de los municipios que dicen gobernar: su único interés es la permanencia en el poder como mecanismo de defensa ante el cúmulo de corruptelas, equivocaciones, mentiras, cobardías e imputaciones que atesoran.
Quienes están en política por generosidad no tienen miedo a que la gente del pueblo sepan lo que hacen. No les importa enseñar los contratos que han firmado, las facturas que dicen haber pagado, no les importa que las palabras pronunciadas en un pleno puedan ser reproducidas después y conocidas por el conjunto de la ciudadanía porque son la expresión de un proyecto político refrendado por los votos y plasmado en acuerdos y acciones concretas.
Los otros, los alcaldes, presidentes de diputación o molt honorables tios pacos, son los que se atrincheran en sus poltronas, rodeados de lacayos bien pagados que buscan un respaldo electoral que les permita creerse inmunes a las consecuencias de sus tropelías.
Rus y sus rucios han perdido -si alguna vez lo tuvieron- el respeto a las instituciones, a su significado, a la representación que supuestamente ejercen emanada de la ciudadanía. Son, con diferencia, la peor lacra que este país ha tenido en los últimos años. No dudo que esa cacofonía bien orquestada desde la dirección popular tendrá sus frutos el próximo domingo en las urnas. La desinformación y la desestructuración y la apatía de la sociedad civil por los problemas que nos envuelven es preocupante y un lastre que impide cambiar tendencias y posicionamientos ante una contienda electoral. Pero ese es el gran reto de los políticos altruistas y generosos, el gran reto de la Política en estos tiempos de ruido y estruendo. Devolver la voz a sus dueños y escuchar lo que el mundo tiene que decir. El debate, el diálogo, la confrontación de ideas y proyectos, la dialéctica, el ágora del pensamiento, no estan muertos. Su letargo tiene que terminar de manera inminente si queremos cambiar el rumbo de la sociedad que padecemos. Y no contamos con la ayuda ni la voluntad de los actuales poderosos mandatarios políticos. Esa es la revolución pendiente, la gran batalla que se avecina y para la que debemos estar preparados.
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