Estoy siguiendo con cierto interés el tema este de los trajes de Paco Camps, nuestro Molt Honorable President de la Generalitat Valenciana. No dudo, vaya chasco sería, que el juez Garzón debe tener motivos y pruebas suficientes para haberse metido en este berenjenal que supone imputar a uno de los grandes delfines de Rajoy, jefe supremo de la derecha valenciana a la que no le afectan, electoralmente hablando, accidentes de metro, casos fabras o cruentas divisiones alicantinas por poner sólo algunos ejemplos, y cuyos candidatos vencen fácilmente a supuestas primeras espadas socialistas: Rita Barberá a Carmen Alborch en Valencia, González Pons a Mª Teresa en las generales o el propio Camps a Juan I. Pla. Sin embargo, hablando con un buen amigo, militante del PP, éste se preguntaba porqué razón Camps no presentaba las dichosas facturas de los trajes o, siguiendo la epístola de Trillo, denunciaba la falsedad de las confecciones en esta tienda. Si él, dirigente local del partido, no lo sabe, menos lo sabré yo, aunque coincidimos en la misma pregunta. De todos los temas que Garzón imputa a dirigentes del PP, el tema este de la ropa es el que me causa mayor intriga. ¿Por qué un grupo de altos cargos públicos, que disponen de dinero, no ya el propio, sino de dinero público -bien de la partida de representación que supongo tendrá el President- o de las millonarias asignaciones al grupo parlamentario, para gastar sin prácticamente ningún control, supuestamente se dejan tentar por semejantes regalos que sólo les pueden traer problemas? Sólo se me ocurre como posible respuesta, que compartí con el amigo Vicente, el desmesurado ejercicio del poder incontrolado e ignoto por parte de unos pocos -dudo que estos tejemanejes sea algo extendido entre el resto de altos y medios cargos internos y públicos-, junto con la imagen creada por medios de comunicación sometidos a la loa permanente de las políticas y las personas que las dirigen, se haya convertido para algunos en la realidad que tapa las verdades y las vergüenzas de cada cual.
Y, como el rey pasmado que vestía un traje inexistente, el pueblo llano empieza a ver la realidad que se esconde detrás de cada tela, de cada trapito, de cada bolsillo de quienes nos desgobiernan.
Y, como el rey pasmado que vestía un traje inexistente, el pueblo llano empieza a ver la realidad que se esconde detrás de cada tela, de cada trapito, de cada bolsillo de quienes nos desgobiernan.
Amén