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BIENVENIDAS Y BIENVENIDOS A ESTE ESPACIO DE OPINIÓN PERSONAL SOBRE TEMAS POLÍTICOS DE ACTUALIDAD

Cambios




 Es evidente que la política y la percepción que de la política tiene la ciudadanía ha cambiado en los últimos años. Durante la transición, la efervescencia de movimientos, inquietudes, anhelos y necesidades de cambiar la realidad de 40 años del fascismo franquista hizo que una parte importante de personas participaran en el cambio político, en la modernización de nuestro país. Y no sólo mediante la militancia en partidos políticos; las asociaciones de vecinos, los sindicatos de clase, las asociaciones culturales, los movimientos de renovación pedagógica, etc., vivieron años de esplendor porque la gente depositaba en ellos todas las energías e ilusiones que cuarenta años de represión no consiguieron matar.


Pero casi todo eso se fue apagando, poco a poco, lentamente. La llegada al poder del PSOE de Felipe González y Alfonso Guerra pareció ser la culminación del cambio, no la llegada de él. Como si todo se hubiera hecho ya, la participación ciudadana estructurada y organizada se fue diluyendo y casi desapareciendo. El éxito de la política de entonces, aumentada y potenciada por los gobiernos de Aznar, fue conseguir que los partidos políticos quedaran como únicos referentes válidos para gestionar y pseudotransformar la realidad existente. Cada cuatro años se llamaba a votar y eso reflejaba los buenos y malos de cada momento. Y en ello entraron todos los implicados; desde, evidentemente, las estructuras de los partidos políticos que podían manejar y controlar, con pocos efectivos, las propias estructuras partidistas y las políticas a desarrollar, hasta la propia ciudadanía que, en un ejercicio de desafección y desidia, dejaba en manos de esas mismas élites el devenir del país en casi todos los ámbitos de decisión. Todo ello reforzado y aumentado con el papel de los medios de comunicación.


Sólo en ese contexto se puede entender el sentimiento de impunidad que algunos gestores de lo público han tenido durante años y que han permitido la creación de grandes y pequeñas tramas de corrupción casi generalizada, de saqueo sistemático de las arcas públicas. Los múltiples casos de corrupción a gran y mediana escala son harto conocidas. Y todos conocemos o hemos oído hablar de prácticas parecidas, en dimensión más reducidad pero igualmente repudiables y repugnantes,  en nuestros pueblos. La desaparición, interesada y organizada por parte de los gestores políticos, del control de las políticas públicas por quienes son sus principales sustentadores y receptores, la ciudadanía, ha sido un factor necesario e imprescindible para la práctica corrupta intensa en la administración pública (también en la privatizada); y ejemplos de ello no faltan: plenos municipales a horas intempestivas para dificultar las asistencia, opacidad de la información de gobiernos a los partidos de la oposición o a los vecinos, falta de información sobre acuerdos en parlamentos autonómicos, congreso y senado españoles, etc., etc., etc.


Sin embargo, toda esa desafección y distancia que los políticos y los partidos generaban y mantenían con la ciudadanía no se transformaba en indiferencia. Durante muchos años, se ha ido larvando un hastío, un hartazgo de asumir, resignadamente, las consecuencias de la mala gestión. Las mentiras dejaron de aceptarse la noche del 11 de marzo de 2004, cuando el entonces ministro Acebes seguía achacando a ETA la autoría del atentado del metro de Madrid. Ese día se encendió la mecha del Basta ya! que tuvo su gran explosión con los movimientos del 15M de 2011. Se inició el proceso de transformación de la política y de la gestión de la política. Los partidos políticos, los ayuntamientos, los parlamentos autonómicos, el Congreso y el Senado ya no pueden tomar las decisiones que quieran sin esperar respuesta de la gente que vuelve a seguir con atención lo que pasa en el interior de la administración. El afloramiento de múltiples casos de corrupción también responde a eso; por un lado, hay más personas dispuestas a denunciar lo que está pasando y, por otro, ya no existe esa sensación de impunidad que permitía a los altos cargos implicados tapar las consecuencias de prácticas ilegales. El ojo de la gente está puesto de nuevo sobre los centros de las decisiones y parece que no se moverá de ahí en mucho tiempo.


Los partidos políticos han perdido, por tanto, su exclusividad para ser, de una manera u otra, los únicos representantes de la sociedad. La gente está, de nuevo, interesada, pues les va literalmente la vida en ello, en saber y participar en la toma de decisiones de aquello que les afecta directamente. Y quienes no entiendan eso, quien no sepa leer correctamente la nueva realidad social y actúe en consecuencia quedará fuera de juego en muy poco tiempo. El miedo que algunos tienen a fenómenos como Podemos de Pablo Iglesias, muchas veces expresados mediante pésimos ejercicios de menosprecio y deslegitimación, no es sino el reflejo del miedo a perder ese supuesto status quo de los partidos y de sus dirigentes, a exponerse públicamente por temor a que se conozca y se vea su verdadero rostro o, peor aún, su verdadera capacidad para gestionar o ser alternativa de lo actual. La mezquindad, el miedo o la incapacidad de construir alternativas mejores que las actuales debería abrir la puerta a la autocrítica en lugar de quedarse en la mera crítica hacia quienes lo están haciendo diferente y, al parecer, con apoyo mayoritario. Abrir las organizaciones políticas al examen, valoración y calificación de la gente a la que decimos representar significa dar un paso adelante en la mejora del instrumento de cambio político y de transformación social ansiada y necesaria; permitir que la gente conozca, evalúe y respalde con su participación y su voto a las personas que quieren que les represente es un paso más en la transformación de la vieja política en la nueva y necesaria política.

No hay espacio para los que se niegan a ello, porque son el pasado y representan las mismas formas de hacer y entender la política que combatimos, aunque ahora se sienten a nuestro lado. Y seguiremos avanzando, con ellos si cambian, contra ellos si hace falta, en pro del interés general de nuestro país. Pese a quien le pese, porque nos lo merecemos como sociedad y como seres humanos.


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