El Partido Popular y su presidente ganaron las pasadas elecciones generales del 20 de noviembre. En el día del 37º aniversario de la muerte del dictador Franco, Mariano Rajoy se convirtió en el 6º Presidente de la democracia de este país, después de muchos meses de permanentes críticas contra el anterior gobierno de Zapatero y de realizar múltiples promesas que, viernes tras viernes, en cada Consejo de Ministros y en cada Real Decreto -de los que firma el Borbón "arrepentido"- se transforman en papel mojado y pura mentira.
El PP y Mariano Rajoy se presentaron ante la sociedad como el remedio necesario, único posible, frente a la situación que el PSOE de Zapatero y Rubalcaba habían generado y mal gestionado. Hoy, casi 5 meses después, el PP y Rajoy han renunciado a ser aquello que prometieron ser. No es que hayan aceptado su incapacidad para resolver los graves problemas estructurales de una economía de ladrillo y pelotazo, de servicios temporales y especulación, de empresarios mal preparados y pésimos gestores y de sumisión a la banca. No es que hayan asumido que la crisis económica supera cualquier situación anterior y que no hay recetas válidas experimentadas anteriormente ni que las reiteradas ayudas a la banca privada y la desmantelación del "estado de bienestar" sean el camino correcto para superar y cambiar el rumbo actual. Tan sólo han renunciado a ser ellos mismos y se han transformado, ahora en el poder -el mayor que un partido político ha tenido jamás en estos últimos 37 años- en los dóciles perros de sus amos, meros ejecutores de voluntades ajenas y alienas que tan sólo pretenden cambiarlo todo para que todo siga como siempre; donde la aceptación de lo inevitable esté acompañada de la incapacidad de la reacción y donde solidaridad, servicio público y respeto hacia los más necesitados no sean más que palabras vacías.
El PP y Rajoy, pese a toda su cínica doctrina eclesiática de medio pelo, ganaron las elecciones generales, autonómicas y locales del año pasado para renunciar a gobernar y ser lacayos de la inequidad, la injusticia, la desigualdad estructural y la falta de escrúpulos y ética, personal y política. Era de suponer que pasaría así, pero qué triste es comprobar que la realidad supera la peor de las pesadillas.
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