Desde las elecciones de noviembre no he vuelto a ver ni oir a Rajoy. Desde hace incluso más tiempo, no he visto ni oído al Presidente Fabra. Y con todo lo que está cayendo!!.
Uno, desmontando ladrillo a ladrillo, todo lo que tantos años y esfuerzos, tantos sacrificios y luchas, ha costado de montar. Cada viernes, Rajoy y sus secuaces ministros ejecutan, con admirable precisión de cirujano, cortes profundos que desangran y desvertebran los servicios públicos. Aquellos que representan no sólo la mayor y mejor expresión de lo que significa ser ciudadanos en un país desarrollado, sino que ejemplifican la solidaridad y contribución de todos al sostenimiento de personas y espacios que puedan atender al conjunto de la población, sin criterios discriminativos de ningún tipo. De lo poco que quede, si es bueno, lo malvenderán a algunos de sus amigos para que hagan negocio; si es malo, lo mejorarán con dinero público para malvendérselo después a alguno de sus amigos para que siga haciendo negocio.
Del otro, hace tiempo que no hay noticias. Entró, como siempre ha hecho, de segundón a coger el sillón del poder y ha cambiado las constantes reivindicaciones de su partido y su gobierno cuando mandaba Zapatero, a ser un perfecto y mudo seguidista de las políticas rajomerkelianas, aún a costa de negar hoy lo que exigían ayer con furibunda pasión (como la liberalización de la AP 7, por ejemplo).
En ambos casos, los presidentes demuestran su total desprecio a la gente, a la ciudadanía; demuestran que ni siquiera ellos confían en aquello que están haciendo porque no son capaces, desde la más alta instancia que la propia gente les puede conceder, ni siquiera de explicarles, de explicarnos, qué estan haciendo, por qué lo están haciendo y qué esperan conseguir. Es lo malo de ser presidentes de pacotilla cuyos hilos manejan, con su total consentimiento, otras instancias más altas. Y para eso no nos hace falta pagarles salarios a estos dos, verdad?
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