Estos días, desde hace días, voy dándole vueltas en mi cabeza a aquello que, de manera fundamental, debería ser la línea clara e infranqueable que separa la izquierda de la derecha.
No comparto en absoluto eso de que todos los políticos son iguales, ni que todos están en política para hacerse ricos. Tampoco es lógico pensar que todos los que militan -dejemos de lado los votantes- en partidos tradicionalmente considerados de izquierdas o de derechas son y comparten plenamente el ideario del partido donde cotizan. Sin embargo, a mi juicio, hay una clara línea separadora y diferenciadora de aquellos políticos que representan, social y mediáticamente, a partidos de centroderecha como el PP a aquellos que se sitúan en la izquierda social y económica del espectro político.
No comparto en absoluto eso de que todos los políticos son iguales, ni que todos están en política para hacerse ricos. Tampoco es lógico pensar que todos los que militan -dejemos de lado los votantes- en partidos tradicionalmente considerados de izquierdas o de derechas son y comparten plenamente el ideario del partido donde cotizan. Sin embargo, a mi juicio, hay una clara línea separadora y diferenciadora de aquellos políticos que representan, social y mediáticamente, a partidos de centroderecha como el PP a aquellos que se sitúan en la izquierda social y económica del espectro político.
La ética que debería regir cada uno de nuestros actos en el ejercicio de nuestro desempeño público es lo que realmente nos define. La ética social, personal y colectiva, que caracteriza nuestras decisiones, nuestras acciones y nuestras posiciones en aquello para lo que nos hemos presentado y la gente, la sociedad, ha tenido a bien elegirnos como sus representantes. Somos, cuando ejercemos como representantes legítimos de la sociedad, un referente donde la pulcritud de la legalidad vigente y el contrato social que decidimos libremente asumir deben ser el marco de nuestro desempeño, primando el interés público y colectivo sobre otro tipo de intereses y prioridades. Y cuando un representante público no cumple con esa parte, no actúa guiado por esas normas, diga lo que diga él y su partido, no puede considerarse una persona de izquierdas por mucho que sepa citar a Fuster, recite a Estellés o lleve permanentemente pegatinas y etiquetas que lo digan.
Y, mientras que la derecha, actuando bajo el paraguas de la corrupción, el soborno y la mentira, ni me engaña ni genera sentimiento alguno salvo el desprecio más absoluto y el temor a lo que puedan hacer con nuestras vidas con el poder que tienen ahora, la supuesta izquierda, cuando engaña, sí transmite pesadumbre, desesperanza e inquietud, además de tristeza por ver que se siguen perdiendo oportunidades reales de transformar la sociedad en que vivimos.
Se lo dije en su momento a Gloria Marcos, a Ricardo Sixto y a Marga Sanz entre otros, cuando dejaron de seguir la senda de la ética social y política y traspasaron la linea que los situa en el mismo lado del salvajismo y el capitalismo cruel. Y, exactamente igual que los del 15-M le cantaron a Ignacio Blanco (EU) en la puerta de les Corts Valencianes, yo le digo a Joan Baldoví, diputado electo de Compromís en el Congreso y ex-alcalde de Sueca, "Tú, no me representas".
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