Es innegable el éxito de Artur Mas y de CiU tras la manifestación de la Diada el pasado 11 de septiembre. De manera tranquila, sosegada y sin apenas oposición ni discrepancias -dentro de Cataluña- el President Mas unificó bajo el paraguas del independentismo catalán las múltiples facetas de las reivindicaciones que se expresaban en la Diada y, sorprendente y exitosamente, se autoproclamó el máximo dirigente de una propuesta cuyo recorrido sigue siendo incierto por ahora.
Sabía Mas -como Rajoy- que su reunión de ayer sobre el pacto fiscal entre Cataluña y el estado español no tendría ningún resultado positivo para sus reivindicaciones. Y así, abrió el camino de la reivindicación catalana, consiguiendo hacer olvidar que fue su gobierno el primero que inició el camino de los brutales recortes en prestaciones sociales, en sanidad y en educación.
Sorpresivamente, su previsible anuncio la próxima semana en el debate sobre el estado de la nación del adelanto electoral, pilla con pie cambiado y fuera de juego a quienes siempre han defendido -CiU no lo ha hecho nunca- el independentismo catalán desde una óptica mucho más completa y comprometida que la meramente económica. Esquerra ha anunciado su posible coalición electoral con CiU si estos llevan la propuesta de segregación territorial en su programa electoral y en la sede del Govern ayer se veían militantes y seguidores de casi todo el espectro político (salvo PPeros) esperando la llegada de Mas para vitorearlo tras su reunión con el presidente Rajoy.
Debo reconocer que Artur Mas ha tenido una gran cintura política para pasar de villano a héroe sin un sólo rasguño. Una convocatoria electoral desde la posición de víctima del gobierno central, asumiendo -ya veremos cómo y en qué términos se plasma- el posicionamiento independentista y antiespañolista como elemento aglutinador y liberador de las tensiones que la crisis económica y los recortes en derechos y prestaciones que Rajoy y él han generando en amplios sectores sociales, es una apuesta probablemente ganadora y que le permitiría librarse del yugo pepero de Sánchez Camacho en el Parlament y reforzaría su capacidad de gobierno. Gobierno que, visto lo visto hasta ahora en esta legislatura, no sería mucho peor que lo que viene proponiendo, aprobando y ejecutando el Partido Popular aunque, eso sí, para cruzar el Ebro tengamos que enseñar el pasaporte.
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