
A diferencia de Lorca, que no pudo seguir diciendo lo que quería, que no tuvo la oportunidad de decir, de sentir, de querer, de vivir; a diferencia de cientos de miles de personas que, como él, decían, sentían, querían y vivían, ayer, un puñado de personas pudo decir y expresar, en libertad, su rechazo a Rubianes y a su obra. Es posible, pues, que la muerte de Lorca, su asesinato, y el de cientos de miles de personas más, hayan servido para algo. Esa es la grandeza, y la miseria, de la democracia.
0 comentaris:
Publicar un comentario