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BIENVENIDAS Y BIENVENIDOS A ESTE ESPACIO DE OPINIÓN PERSONAL SOBRE TEMAS POLÍTICOS DE ACTUALIDAD

Partidos y libertad de expresión


JOSÉ LUIS FERRANDO LADA

En estas últimas semanas de aparente intensidad política en nuestra Comunidad se han puesto de manifiesto algunos límites de los partidos políticos. Hasta el punto de pensar si la militancia en los mismos es la antesala de la estulticia. No es posible que hombres y mujeres de demostrada madurez humana y profesional no hayan sentido, unas veces vergüenza propia y otra ajena, de la vacuidad de los últimos eventos. ¿Cómo explicar este desmoronamiento ideológico en pro de los discursos del «y tú más...» y del «humo...»? ¿Es posible que sean los síntomas del final de una legislatura agotada?.
La adhesión a una agrupación política se supone inocentemente que debería ser fundamentalmente por razones y afinidades ideológicas. Es obvio que lamentablemente no es ésta la razón porcentualmente mayoritaria. El sentido de pertenencia se explicita en un amplio recorrido que puede ir desde el interés económico únicamente hasta la adhesión ciegamente fanática. En estos márgenes se sitúan los corruptos, los pesebristas, los lacayitas y los violentos. Menos mal que existe un segmento -relativamente numeroso- que se siente identificado por razones serias con su partido. Este núcleo se define por lo ideológico y afectivo. Para estas personas, el partido político no lo es todo en su vida, sino una parte de su realización personal. La absolutización política ni se asoma en sus vidas. Por eso mantienen, al menos en privado, una cierta distancia de los radicalismos propios y ajenos, e incluso son capaces de valorar las posiciones de los adversarios e insinuar críticas a las propias posiciones. Estos hombres y mujeres serían una auténtica riqueza para los partidos si se tornaran realmente incómodos. Es decir, que perdieran el miedo venal a expresarse libremente, sea en los distintos órganos de los partidos, sea públicamente. Distanciarse críticamente de la doctrina oficial de un partido en algún aspecto no es infidelidad a un proyecto, sino fidelidad creadora. Ahora bien, los hiperliderazgos agobiantes tendrían que desaparecer, ya que anulan la enriquecedora disidencia, puesto que prefieren la tranquila homogeneización sin aristas. Aquello del que se mueve no sale en la foto está haciendo mucho daño a la democracia en los grupos políticos. De ese modo, la vida de los partidos se empobrece. Y tan sólo emergen, de vez en cuando, algunas voces disonantes con sordina, pero las más de las veces domina la nomenclatura con sus estrategias cortoplacistas y electoralistas, vacías de contenido y de realidad.
La libertad de expresión es la gran víctima de esta concepción excesivamente generalizada. La excesiva importancia del partido se convierte en la apisonadora de lo personal e individual. Y el partido, en este caso, se identifica con los intereses de los oligarcas. Desde esta perspectiva, lo que se valora del individuo es la fidelidad al jerarca que te ha situado en la lista para que puedas salir elegido. El agradecimiento eterno se traduce en la anulación total y absoluta de las propias ideas e iniciativas. Tristemente, ciertas luchas en los partidos, de sobras conocidas por todos, han obedecido a parámetros de esta índole. Esta castración es nefasta, ya que convierte a los elegidos en autómatas.
En contraste, es saludable contemplar el espectáculo de los partidos políticos en otros países de nuestro entorno, en los que la discrepancia y los matices ideológicos, junto a la legítima lucha por la hegemonía interna y el poder se convierten en una fuente de ideas y caminos nuevos. Es penoso que los plantes al propio partido en los parlamentos sólo se hayan producido por razones espurias. Ni siquiera es tolerada la objeción de conciencia, cuando afecta a convicciones profundas, ante este peligro las posibles fugas son controladas de antemano. Algo funciona deficientemente en esas organizaciones políticas. De rebote, el discurso parlamentario se empobrece y embrutece, se convierte en un circo de gestos al compás de director de la escena.
Las militancias silenciosas no deberían solamente pagar las cuotas, sino exigir más debate y democracia interna para ser transformadoras del partido y de la sociedad. Menos intereses y más apertura a la sociedad real.
Los partidos deberían reflexionar críticamente si no quieren que un día sus bases se rebelen y se harten de dirigismo y cunerismo. Únicamente unos procesos de cambio real podrán llevar a que la ciudadanía considere a los partidos políticos como motores de cambio, y no como un mal menor de nuestro sistema o bolsas de posible trabajo. Evidentemente, estas reflexiones apuntan a una recuperación de una vida interna más rica en los grupos políticos, que repercuta en un ambiente público más sano y respirable, a pesar de la próxima campaña electoral.
* Profesor en la Uned.

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