Viene siendo habitual ya que en los meses de verano, debido quizás, como bien dijo alguien el año pasado, a los recalentones propios del verano, algún dirigente político ocioso, una vez asegurada su nómina para los próximos cuatro años, se dedique a lanzar panfletos indecentes, dignos, ahora sí, de su más que lastimosa situación política personal, malgastada, desahuaciada, pervertida y sin esperanza alguna de reversión y mejora que no pase por seguir pegado a ciertas faldas y maniobrar torticeramente para poder sobrevivir e ingresar religiosamente en su cuenta muchos euros, con cargo a los presupuestos públicos, y destinados a fines completamente distintos de los contratados.
Aquellos que, de esa manera, pretenden dar lecciones de ética y moral son, a su pesar, verdaderos maestros de quienes vivimos y conocemos la realidad social que nos rodea porque somos parte de ella, dándonos magníficos ejemplos de la apreciable distancia que nos separa de quienes, como el panfletario a sueldo, muestran día a día la tragedia que supone para el noble arte de la política la existencia de mercenarios, incapaces de aportar a la sociedad civil algún valor, alguna esperanza de que, con ellos, otra sociedad mejor es posible. Las enseñanzas que, agosto tras agosto, se visualizan por parte de quienes sobreviven en un mundo carente de ética, de valores, de trabajo, de pedagogía y de esfuerzo hacia la colectividad, nos demuestran que el camino que debemos tomar quienes creemos que la dedicación a la política supone el máximo ejercicio personal y colectivo de honestidad, coherencia y desprendimiento está, definitivamente, totalmente alejado de aquellos que vendieron su alma y su futuro por 30 monedas del erario público.
Aquellos que, de esa manera, pretenden dar lecciones de ética y moral son, a su pesar, verdaderos maestros de quienes vivimos y conocemos la realidad social que nos rodea porque somos parte de ella, dándonos magníficos ejemplos de la apreciable distancia que nos separa de quienes, como el panfletario a sueldo, muestran día a día la tragedia que supone para el noble arte de la política la existencia de mercenarios, incapaces de aportar a la sociedad civil algún valor, alguna esperanza de que, con ellos, otra sociedad mejor es posible. Las enseñanzas que, agosto tras agosto, se visualizan por parte de quienes sobreviven en un mundo carente de ética, de valores, de trabajo, de pedagogía y de esfuerzo hacia la colectividad, nos demuestran que el camino que debemos tomar quienes creemos que la dedicación a la política supone el máximo ejercicio personal y colectivo de honestidad, coherencia y desprendimiento está, definitivamente, totalmente alejado de aquellos que vendieron su alma y su futuro por 30 monedas del erario público.