Cuando llega la caló del veranito, hay tradiciones y tópicos que, invariablemente, a lo largo de los años, se repiten (por eso son tradiciones). Cuando dejan de existir, uno las echa de menos. Este año, por ejemplo, no hay canción de Georgie Dann y, que quieren, la echo de menos aunque sean unas cutradas de canciones. Las fiestas de los pueblos, los reyes en Mallorca, el biquini de la Ana Obregón (este año no lo he visto, así que no se si esta también es una tradición perdida), los incendios provocados o las guerras en algún lugar de oriente, son cosas que, verano tras verano, se van repitiendo de manera cíclica.
Otra de las tradiciones ya establecidas después de muchos -demasiados- años en el gobierno, son las veraniegas modificaciones presupuestarias de la Consellería de Economía que preside Gerardo Camps. Como todos los años, invariable, cíclica y reiteradamente, se producen estos trasvases estivales de dineros, aprovechando la coyuntura vacacional y el apagón informativo para cambiar destinos, estrategias y políticas inversionistas aprobadas en diciembre -siempre en solitario- y tapar agujerillos en agosto.
Lo malo no es ya la demostrada mala gestión de las diferentes consellerías en materia presupuestaria y de la propia consellería de Economía como garante de esa gestión de lo público, grave de por si, sino el carácter de las modificaciones publicadas minorando los recursos destinados a inversiones públicas en beneficio del gasto corriente y de los desvíos presupuestarios no controlados.
Al final de toda esta historia, el dinero siempre va a algún sitio y me gustaría saber a dónde llega este caudal desviado de dinero público. A la ciudadanía no, desde luego.
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