Hoy hace 180 años que murió Evariste Galois, sin haber cumplido aún los 21 años, precursor de la Teoría de Cuerpos y alma mater de mi especialización en Álgebra cuando estudié Matemáticas. Quizás el mejor homenaje sea dar a conocer un poco de su vida, de sus obras, de intuir cómo y por qué vivió.
Copio a continuación un texto de Javier Fresán sobre la vida de Galois, que se puede encontrar en su blog:
DEL OTRO LADO DE LOS SUEÑOS
LA VIDA DE ÉVARISTE GALOIS
Las matemáticas no son un libro recluido dentro de sus
tapas y atado mediante broches dorados, cuyo contenido se pueda descifrar sólo
rebuscando con paciencia; tampoco es una mina en la que haya que trabajar mucho
tiempo para llegar a poseer unos tesoros que únicamente se encuentran en un
número reducido de vetas y filones; no es un terreno cuya fertilidad se pueda agotar
después de obtener de él cosechas sucesivas; no es un océano, ni un continente
de cuya superficie se pueda dibujar un mapa con curvas de nivel y contornos
definidos: las matemáticas son tan ilimitadas como ese espacio que les resulta
demasiado estrecho para sus aspiraciones, sus posibilidades son tan infinitas
como esos mundos que surgen en tropel y se multiplican ante la mirada del
astrónomo que los contempla; intentar encerrarlas en fronteras prefijadas, o
reducirlas a definiciones eternamente válidas, es tan imposible como pretender
hacer eso con la conciencia de la vida, que parece estar durmiendo en cada
mónada, en cada átomo de materia, en cada hoja y cada célula de los brotes,
pero que está siempre dispuesta a estallar y desarrollarse dando lugar a nuevas
formas de existencia animal y vegetal.
(James Joseph Sylvester)
PARA ROSA
NAVARRO DURAN
La imagen social del científico se
ha configurado en gran medida a través de la literatura, y ya en el siglo xx,
con el cine y los medios de comunicación de masas. Es el caso de Einstein, que
no se convierte en ídolo pop por la rellevància
de sus artículos sobre la relatividad, sino a raíz de su aparición en la
portada del Time; y de tantos otros. Desde que Galileo sienta las bases
del método hipotético deductivo, allá por el Renacimiento, la ciencia va
avanzando con rapidez, y surgen saberes simbióticos y territorios de frontera.
Rafael retrata a Arquímedes, compás en mano, absorto en complejos cálculos
geométricos, y los escritores de la época describen el horizonte de
posibilidades que se perfila ante sus ojos con idéntica sorpresa a la que
mostraría, siglos después, Aureliano Buendía al conocer el hielo. Sin embargo,
lo que siempre ha seducido a la literatura, más que los descubrimientos, es la
psicología —convenientemente adulterada— de los personajes que los propiciaron:
los científicos como sabios que, más allá del bien y el
mal, manipulan vida en sus probetas; y no los Hombres que corrieron tras la
idea de un mundo mejor. Los genios que, encerrados en la torre de marfil de sus
laboratorios, atacan a los legos con inapelables leyes físicas, por encima de
los inventores de metáforas para compartir con los demás su pasión de vida.
La figura del matemático acumula todos estos tópicos y
abunda en ellos. Locura, mentes "de viaje por extraños mares del
pensamiento, solas" —como Newton en palabras de Wordsworth, como John Nash
en Una mente maravillosa—, seres fríos y calculadores, perdidos en
bizantinas disquisiciones
aritméticas son imágenes que surgen de forma espontània en
cualquier conversación. También pizarras llenas de ecuaciones ininteligibles,
simbolismos vacuos —propios de quien confunde la música y la partitura—,
sinsentidos, existencias rutinarias y dos preguntas recurrentes que nadie acierta
a contestar: qué son las matemáticas, para qué sirven.
La vida de Evariste Galois viene a desmentir cualquier
lugar común. Vivió y murió, sin haber cumplido los veintiún años, como un
romántico. Su biografía compite en misterio con la de Byron, Espronceda, Larra
o Shelley, algunos de sus coetáneos. Soñó otras matemáticas, que darían lugar
con el tiempo al álgebra moderna; pero también una revolución social que
mejorase la vida de los franceses.
DEL ARS RETORICA A LAS MATEMÁTICAS
Sigo pensando que Galois tiene más consistencia como
protagonista de un relato de Borges que como ser histórico, pero lo cierto es
que existió. Nació el 25 de octubre de 1811 en un pueblecito de los alrededores
de París, Bourg-la-Reine, que durante la Revolución Francesa se había llamado Bourg-Egalité.
Su padre, Nicolas-Gabriel Galois, dirigía un prestigioso liceo y llegó a ser
alcalde; en su tiempo libre, escribía versos y comedias satíricos. Su madre,
Adélä'ide-Marie Demante, se había educado como un griego, y su sólida cultura
le permitió enseñar a sus hijos durante los primeros años. No sería hasta los
doce cuando sus padres internaron a Galois en el centro Louis-Le-Grand, donde
habían crecido figuras tan dispares como Víctor Hugo y Robespierre. Precisamente
allí, su dominio de los clásicos le valió un premio y varias menciones
honoríficas. La vida en el colegio se hallaba a medio camino entre
un régimen carcelario y la disciplina propia de los campaments
militares: los estudiantes dormían en barracones de alrededor de cincuenta
camas, apenas separadas por un metro, sin calefacción en los inviernos
parisinos; y el trabajo
comenzaba a primera hora del día, a toque de campana. Prácticamente
todo —las oraciones, el estudio matutino o las clases, donde el profesor
vigilaba concienzudamente a sus alumnos desde un púlpito— debía transcurrir en
riguroso silencio; sólo después de comer, durante menos de media hora, podían
conversar los estudiantes o pasearse por el patio. Cualquier institución de
estas características es antes que nada un hervidero de jóvenes rebeldes. Entre
ellos estaban representadas todas las fuerzas políticas: los simpatizantes de
la monarquía y sus acérrimos opositores. Sin embargo, en un banquete al que
fueron invitados los setenta y cinco mejores alumnos, ninguno respondería al brindis
del director en honor del rey, lo que supuso su expulsión inmediata.
En su primer boletín de notas, sus maestros reconocían en
Galois "cierta inteligencia" y dominio de las lecciones, al tiempo
que resaltaban su carácter original y extravagante: "En cuanto a sus
cualidades personales, son bien difíciles de definir. No es malo, pero es
criticón, singular y hablador, le gusta llevar la contraria y hacer rabiar a
sus compañeros". Había protagonizado un incidente con la dirección del
centro, que le obligó a repetir curso, contra la voluntad de su padre, al entender
que su mente era demasiado joven para enfrentarse a las sutilezas del arte
retórico. Pero sería esta circunstancia la que lo puso en contacto con las
matemáticas.
UN MATEMÁTICO CREADOR
Un nuevo profesor y un libro de texto, los Eléments de
géometrie de Legendre, despertaron el interés de Evariste por la
asignatura. El manual cubría dos cursos completos de matemática avanzada, pero
cuentan que Galois lo devoró en dos días, con la misma avidez de quienes buscan
el desenlace de una trama folletinesca. Libros y profesores se han demostrado
determinantes, en uno u otro sentido, en la formación de algunos de los mejores
matemáticos de la historia. Casos extremos son el del joven Gauss, que dedujo la
fórmula para la suma de progresiones aritméticas cuando su viejo maestro de
escuela castigó a toda la clase a realitzar esta pesada cuenta: 1+2+3+.. .+100;
o el de Ramanujan, un oficinista indio que, sin recibir educación alguna, a
partir de la lectura de un manual básico, realizó algunos de los
descubrimientos más emocionantes de su época, y que terminaría trabajando con
el gran Hardy en elTrinity College de Cambridge.
Parece que las matemáticas cambiaron la conducta de Galois,
pues los nuevos informes ya no se limitan a señalar cierta extravagancia
permisible, sino "una conducta decididamente muy mala, un carácter poco
abierto". "Lo domina el furor por las matemáticas", escriben
sobre él. Su professor reconoce inteligencia y progresos sobresalientes, pero
también una "insuficiencia de método" que lo perseguirá el resto de
su vida. Late aquí la distinción entre dos modos de entender esta disciplina,
que es también la diferencia entre los matemáticos que se apartan de la ortodoxia
para abrir Nuevos caminos, y los que, con un dominio aplastante del método, perfeccionan
y formalizan los campos ya existentes. Durante un par de décadas, hacia la
mitad del siglo xx, parecía que la matemática había entrado en un camino sin
retorno hacia la segunda opción, de la misma forma que el rector de Harvard
tenía por costumbre recibir a sus estudiantes de finales del XIX diciéndoles:
"Todo está inventado en física: sólo falta perfeccionar algunos
cálculos".
Sin embargo, el motor de progreso de las matemáticas es la
resolución de problemas, y resolver problemas no es tanto una cuestión de
dominio técnico como de imaginación. Galois pertenecía claramente al primer
grupo: desde pequeño se criticó en él una ambición desmedida de originalidad. Así,
en la lectura del libro de Legendre, no se dedicó a la monótona repetición de
ejercicios y al aprendizaje memorístico de reglas como el resto de sus
compañeros, sino a buscar demostraciones alternativas a los teoremas allí
enunciados y a tratar de resolver algunos problemas abiertos desde hacía
siglos. Pronto el libro se le quedó corto, y pasó a leer los textos de los
grandes matemáticos de la época casi al mismo tiempo que los escribían. Lo suyo
no era imitación, sino creación, en un sentido no diferente del que esta tiene
en el arte y la literatura.
EL RECHAZO DE LA ACADEMIA
En junio de 1828, Galois trató de entrar en la Escuela
Politécnica. Había sido fundada por Gaspard Monge y muchos científicos de la
camarilla napoleónica, cuyo imperio también fue, en palabras de Sánchez Ron,
"el imperio de las ciencias". Pronto se convirtió en el centro más
prestigioso de Francia: Galois debió de considerarlo a la altura de sus
necesidades, pero se presentó a las pruebas de ingreso sin seguir la
preparación habitual y suspendió. De vuelta
al liceo, el profesor Richard, cada vez más consciente de
su talento, le propone algunos problemas que resolverá en un artículo publicado
en la revista Anuales de Mathématiques al año siguiente. Fue seguramente
en esa misma primavera
cuando comenzó a reflexionar sobre el tema que le haría
pasar a la historia: la resolución de ecuaciones polinómicas.
El problema consistía en caracterizar qué ecuaciones pueden
resolverse mediante una fórmula en la que solo intervengan sumas, restas,
multiplicaciones y raíces de índice menor o igual que el grado de la ecuación. La
fórmula para la ecuación de segundo grado —aquel "menos b más menos la
raíz cuadrada de b al cuadrado menos cuatro a c, partido por dos a" que
recitábamos en el colegio— ya era conocida por los babilonios. En el
Renacimiento italiano, Cardano y Tartaglia, este último apodado así por su
tartamudez, hallaron una más compleja para resolver la de tercer grado, que les
valdría un buen sobresueldo en las justes matemáticas de la época. Se había
encontrado también la que solucionaba la ecuación cuártica, pero hasta la fecha
nadie había sido capaz de hacerlo con una de grado cinco ni superior. Galois
demostraría que no existe; lo hizo al mismo tiempo —pero de forma más completa—
que un matemático noruego, Abel, muerto a los veintisiete años de
tuberculosis. Era este un final inesperado para el
problema, ya que en lugar de considerar el camino seguido incorrecto e intentar
encontrar otro válido, se demostraba de forma definitiva que llegar al
resultado era imposible. La grandíssima aportación de Galois sería introducir
algo totalment ajeno al problema para resolverlo: una estructura nueva llamada
grupo, que daría lugar, como hemos señalado, al álgebra moderna, y por la que
se explican fenómenos tan variados como las redes cristalográficas de un
mineral, algunos
trucos de cartas e incluso que sólo existan diecisiete formas
distintas de embaldosar un suelo, ¡todas ellas presentes en la Alhambra!
Con sus descubrimientos, Galois redactó dos memorias que
quiso dirigir a la Academia de Ciencias para facilitar su ingreso en la Escuela
Politécnica. El procedimiento habitual consistía en someter los textos al
juicio de uno de sus miembros destacados que, si los consideraba valiosos, los
exponía al resto. Galois eligió a Augustin-Louis Cauchy para esta tarea, sin
saber que era costumbre suya perder los trabajos presentados y no ocuparse de
ellos. Había ocurrido ya con Abel y se repitió con nuestro personaje: tres un
primer examen conjunto de las memorias, seguramente porque no las entendían,
los miembros de la Academia delegaron en Cauchy el juicio final. Se las llevó a
casa con el pretexto de estudiarlas con atención, pero como era previsible, su
vergonzosa falta de ética no sólo le hizo aplazar en varias ocasiones el
dictamen sobre el manuscrito, sino impedir que Galois recuperara nunca los
originales.
DESGRACIA LLAMA A DESGRACIA
El verano de 1829 cambió la vida de Galois.
"Desgracia llama a desgracia" bien podría ser, sin mala literatura,
su emblema a partir de entonces. Primero fue el suicidio de su padre y luego el
no definitivo en la Escuela Politécnica. La Iglesia envió a Bourg-la-Reine a un
sacerdote que ràpidament comenzó a conspirar con los sectores más reaccionarios
del pueblo para privar de su puesto de alcalde al padre de Galois. En vista de
que los argumentos esgrimidos no funcionaban, decidió redactar y distribuir un
manojo de epigramas satíricos, burlas contra gran parte de los habitantes, con
la firma de Nicolas-Gabriel. La persecución en un ambiente social tan
asfixiante tuvo que ser devastadora. Quizá no sea otro el origen de la pasión
por la política, de la lucha por la justicia en sentido caballeresco que
alimentaría a Galois los años siguientes. Con el suceso aún muy reciente,
nuestro protagonista quiso presentarse de nuevo al examen de ingreso. Esta vez
sería rechazado por arrojarle un borrador a uno de los examinadores, de corta
inteligencia, que no cesaba de poner pegas a su desarrollo heterodoxo de la
teoría de los logaritmos.
Con su familia acuciada por problemas económicos, Galois
se dispuso a conseguir una de las becas de la Escuela Preparatoria, de nivel muy
inferior y dedicada sobre todo a la formación de docentes. Es de imaginar la
sonrisa burlona, no exenta de resignación, con la que escribiría estas palabras
al solicitar su ingreso: "Las esperanzas que me han hecho concebir en esta
dirección no han podido cegarme sobre mi verdadera vocación, y no puedo sino arrepentirme
de no haberme inscrito en la época prescrita para la Escuela
Preparatoria". Por esa misma época, Galois tuvo una nueva oportunidad de
dar a conocer sus resultados, esta vez en un gran premio de matemáticas que la
Academia convocó, y que luego fallaría a título postumo a favor de Abel, en
pago de ciertas deudas de honor contraídas con el noruego. Fourier, un miembro
del jurado, se llevó a casa los manuscritos de Galois, pero murió durante esos
días. Nadie se molestó en dar al joven la oportunidad de presentarlos de nuevo,
ni en comunicarle, más adelante, que la pérdida de los trabajos supuso su
exclusión del concurso. Por desgracia, el ninguneo a quienes se apartan del magister
dixit y la poca consideración hacia cualquier idea nueva que alguien más
joven que ellos pueda aportar siguen siendo moneda común entre los académicos más
rancios.
En contrapartida, a lo largo de ese curso y el siguiente,
Galois encontró su primer amigo y se enamoró de una mujer llamada Stéphanie.
Auguste Chevalier —que más tarde movería cielo y tierra por ver publicadas las investigacions
de nuestro protagonista— y su hermano Michel eran también alumnos de la
escuela. Pronto se encargaron de hacer de cicerones de Evariste en la Sociedad
de Amigos del Pueblo; fue a través de ellos como entró en contacto con las
ideas del socialismo utópico de Saint-Simon. Ninguno de los tres pudo
participar, sin embargo, en las algaradas callejeras del verano de 1830, pues
la mañana en que la Joule rodeó la escuela al grito de "¡Abajo los
Borbones!", su director mandó cerrar las puertas e impedir la salida de
los estudiantes. Así, Galois, para el que, como venimos observando, la vida
contemplativa en cualquiera de sus ámbitos era inferior a la acción directa,
tuvo que presenciar la revolución desde la ventana. No es mala imagen de lo que
fue su vida: la de un hombre tras un cristal que lo separa de un mundo al que
podría hacer importantes contribuciones.
Es este el inicio de una larga disputa entre Galois y el director
de la Escuela Preparatoria, que terminaría con su expulsión en diciembre de ese
mismo año. Fue entonces cuando publica una carta iluminadora sobre la enseñanza
de las ciencias, de la que bien merece la pena reproduir algunos fragmentos:
De
entrada, en las ciencias, las opiniones no cuentan para nada; los puestos no
tendrían que ser la recompensa de una u otra manera de pensar en política o en
religión. [...] Empecemos por los colegios; en ellos, la mayor parte de los
alumnos de matemáticas se dirigen a la Escuela Politécnica [...] ¿Se procede de
forma que el razonamiento se vuelva para ellos una segunda memoria? ¿No hay,
por el contrario, cierto parecido con la forma en que se enseña el francés y el
latín? [...] ¿Hasta cuándo los pobres jóvenes estarán obligados a escuchar o
repetir todo el día? ¿Cuándo se les dejará tiempo para meditar sobre ese montón
de conocimientos, para coordinar esa multitud de proposiciones sin
continuación, de cálculos sin relación? [...] Mientras que se omiten las
proposiciones más simples y más brillantes del álgebra, se demuestra con gran
coste de cálculos y con razonamientos siempre largos, y a veces falsos,
corolarios cuya demostración se hace por sí sola. [...] La causa del mal hay
que buscarla en los libreros: quieren volúmenes gruesos, porque cuantas más
cosas hay en las obras de los examinadores, más seguros están de hacer una
venta fructuosa. [...] Estamos en lo cierto si decimos que se ha fundado desde
hace unos años una nueva ciència que consiste en el conocimiento de cosas
absurdas y de las preferencias científicas, de las manías y el humor de los
señores examinadores.
Muchos suscribiríamos hoy en día las palabras de Galois: poco
ha cambiado en un sistema en el que la mayor parte de las veces pensar está
prohibido. El tendría ocasión de poner en práctica sus métodos e ideas sobre la
enseñanza de las matemáticas en un curso que anunció en la Gazette. Se
trataba de una serie de lecciones de álgebra, casi todas inéditas, que daría
una vez por semana en una librería de los aledaños de la universidad. Al inicio
del curso, conocidos y familiares ocupaban las plazas, pero Evariste tuvo que
ser testigo de cómo iba perdiendo lentamente todos sus alumnos; terminó dando
clases particulares a estudiantes rezagados que, si bien lo ayudaban a
subsistir, desde un punto de vista matemático no tenían interés alguno.
ESTANCIA EN LA CÁRCEL
En mayo de 1831, la Sociedad de Amigos del Pueblo convocó
un banquete en honor de los diecinueve detenidos por las revueltas del verano
anterior, que acababan de ser absueltos tras un largo proceso judicial. Dumas
dejaría constància en sus memorias de que "hubiera sido difícil encontrar en
todo París doscientos comensales más hostiles al gobierno". Durante la
comida, Galois propuso un brindis, cuchillo en mano, por Luis Felipe, gesto que
se extendió con rapidez por el resto de las mesas. Al día siguiente, la policía
política, que había infiltrado confidentes, se presentó en su casa para
detenerlo por apología del regicidio; sería absuelto, sin embargo, al aducir
que la segunda parte de su brindis —"si traiciona"— no había podido
oírse entre el griterío del local.
No duró nada su vida en libertad: apenas dos meses después,
el día del aniversario de la toma de la Bastilla, fue de nuevo detenido, esta
vez por vestir el uniforme de la artillería de la Guardia Nacional y llevar
armas prohibidas. Pasaría en la cárcel casi un año. En un principio, trató de aprovechar
la estancia en prisión para poner en orden sus descubrimientos y redactar los
correspondientes artículos, pero el enclaustramiento lo afectó más de lo que
pensaba, y fue allí donde tuvo noticia de que la Academia finalment se había
pronunciado en contra de sus investigaciones. Su hermana recuerda haber visto
en sus ojos a un hombre de cincuenta años, envejecido a marchas forzadas y
cansado de vivir. En la primavera del año siguiente una epidèmia de cólera se
extendió por toda Francia: el número de muertos aumentaba vertiginosamente cada
semana, y las clases acomodadas se fueron desplazando de París a la campiña.
Las cárceles representaban un foco muy propicio al contagio; por eso se decretó
que jóvenes y enfermos fueran trasladados a otros centros en los que, bajo su
palabra, terminarían de cumplir la condena. Galois fue a parar a la casa de
salud Sieur Faultrier, donde se enamoró de Stéphanie, la hija del médico que la
regentaba. Los únicos testimonios de su relación son dos cartes que Galois
primero destruyó en un ataque de ira, y luego —quizá tras darse cuenta, con Joan
Margarit, de que "el ruido de ciudad en los cristales / acabará por ser tu
única música, / y las cartas
de amor que habrás guardado / serán tu última
literatura"—volvió a copiar, imitando la letra de la chica y llenando los
márgenes de anagramas donde las iniciales E y S aparecían entrelazadas.
La ruptura fue dolorosa para nuestro protagonista. Stéphanie
le escribe: "Por favor, rompamos nuestras relaciones. No tengo ánimo para
proseguir una correspondència de esta naturaleza, aunque me esforzaré en reunir
el suficiente para conversar contigo como lo hacía antes de que nada
sucediera".Y él pregunta a su inseparable Chevalier, cargando las tintas:
"¿Cómo puedo consolarme cuando, en un mes, he agotado la más rica fuente
de felicidad que puede tener el hombre, cuando he agotado sin felicidad, sin
esperanza, cuando estoy cierto de haberla secado de por vida", para
terminar confesando que "hay seres destinados quizás a hacer el bien, pero
a no disfrutarlo nunca. Creo ser uno de esos".
"NO TENGO TIEMPO"
No es esta, sin embargo, la carta más famosa de cuantas escribió.
El 29 de mayo, otra misiva dirigida a Auguste comenzaba diciendo:
Querido
amigo, he hecho en análisis muchas coses nuevas. Unas tienen relación con la
teoría de las ecuaciones; las otras con las funciones integrales. En la teoría
de ecuaciones, he investigado en qué casos las ecuaciones eran resolubles por
radicales; lo que me ha dado la ocasión de profundizar en esta teoría y
describir todas las transformaciones possibles en una ecuación, incluso cuando no
es resoluble por radicales. Se podría hacer con todo esto tres memorias. La
primera está escrita; y, a pesar de lo que ha dicho Poisson sobre ella, la
mantengo con las correcciones que le he hecho. La segunda contiene aplicaciones
bastante curiosas de la teoria de ecuaciones. He aquí el resumen de las coses más
importantes.
Siguen ocho páginas de testamento matemático, escritas en
el transcurso de una noche; en ellas, con letra casi indescifrable, movido por
la agitación de quien corre sin volver la vista atrás, Galois resume los
teoremas y proposiciones que ha conseguido probar hasta el momento. Los
márgenes están llenos de anotaciones y dibujos, algunas convertidas en gritos desesperados:
"¡Liberté, egalité, fraternité!" es uno de ellos; un angustiado
"No tengo tiempo" se repite en varias páginas. Apenas unas horas más
tarde, una bala le atravesó el abdomen y lo dejó malherido a las afueras de
París. En el hospital, no quiso recibir la extremaunción, poco antes de morir
en brazos de su hermano Alfred, que en el amanecer del 31 de mayo escucharía
sus últimas palabras: "No llores, me hace falta todo el ánimo para morir a
los veinte años". Después de la carta a Chevalier, había enviado otras dos
"a todos los republicanos"—más de tres mil se reunieron dos días
después para despedirlo en el cementerio de Montparnasse—, y a sus amigos
Napoleón Lebon y Vicent Duchâlet, a quienes explicaba:
He sido
provocado por dos patriotas. Me es impossible rehusar. Os ruego vuestro perdón
por no habéroslo dicho. Pero mis adversarios me han exigido palabra de honor de
no informar a ningún patriota.Vuestra tarea es sencilla: demostrad que he de
combatir contra mi voluntad, tras haber agotado todos los medios de
reconciliación posibles; decid si soy capaz de mentir ni siquiera en lo más
baladí. Por favor, guardad mi recuerdo, ya que el destino no me ha dado vida
bastante para ser recordado por mi patria. Muero amigo vuestro.
Quedan muchas dudas todavía sobre el duelo en que murió.
En la carta dirigida a sus correligionarios políticos, se excusa por hacerlo
"víctima de una infame coqueta", —tal vez la propia Stéphanie, que se
casaría por esas fechas con un profesor de literatura—; pero en el hospital
confiesa a su hermano haber sido asesinado por un miembro de la policía
política. Se especuló también, desde el principio, con un posible suicidio
encubierto, en el que uno de los camaradas de nuestro protagonista lo habría
matado a petición suya; un periódico progresista de Lyon, por ejemplo, publicaba:
"El joven Evariste Galois se ha batido con un viejo amigo suyo, un hombre
muy joven, como él, y miembro de la Sociedad de Amigos del Pueblo. Cada uno de
ellos estaba armado con una pistola y ha hecho fuego a bocajarro. Sólo una de
estas armas estaba cargada". Dumas llega a poner nombre al contrincante,
ficticio o no: se trataría de Pescheux d'Herbinville. Pero esto poco o nada aporta
a nuestra historia: la muerte de Galois, como la de otros grandes hombres, nada
en la bruma de las hipòtesis incontrastables.
Más importante aún que la reconstrucción fiel del suceso es
esta otra pregunta: qué hubiera sido de las matemáticas con un Galois muerto,
como Gauss, a los ochenta años. Quizá, de haber seguido con una producción matemàtica
del mismo nivel, los estudios universitarios de esta disciplina no durarían
cinco, sino seis o siete años. Cabe también la posibilidad, por el contrario,
de que en aquella "noche interminable" un sol reventara dentro de
Galois; tal vez, como al músico que encuentra los últimos compases de una pieza
en la que lleva años trabajando, y luego muere, las musas lo llevaran a dar lo
mejor de sí. Movido por las circunstancias, en alguna ocasión rechazó la gloria:
"Estoy desencantado de todo, incluso del amor a la gloria" —afirmación
que habría seducido al Cernuda de "Abajo todo, todo, excepto la
derrota". Pero lo cierto es que su tránsito a la triste ribera de
Aqueronte fue también un viaje al otro lado de los sueños, desde donde aún sonríe
a todos los perseguidores de utopías.1
1 NOTA BIBLIOGRÁFICA. Cualquier
bibliografía sobre la vida de Galois dista mucho de ser exhaustiva. Su figura
ha atraído no sólo a matemáticos de todo el mundo, sino también a escritores e
historiadores de la ciencia. En español, sin embargo, la única biografía de la
que tengo noticia es Galois. Revolución y matemáticas, de Fernando Corbalán (Madrid:
Nivola, 2000), de la que he tomado algunas de las citas que aquí reproduzco.
Todos sus escritos aparecen recogidos en el volumen Écrits et mémories
mathématiques d'Évariste Galois (édition critique intégrale de ses manuscritres
et publications, par Robert Bourgne et J.- P. Azra), Paris: Gauthiers-Villars,
1962, que contiene, entre otras cosas, una edición facsímil de las cartas
escritas antes de su muerte. La major introducción a sus aportaciones
matemáticas la proporciona Ian Stewart en Galois Theory, Chapman & Hall,
1998
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