Dicen que en política y en la guerra todo vale. Quizás sea cierto o probablemente no haya una respuesta única, universal, para la ingente cantidad de preguntas y ocasiones en las que deberíamos plantearnos esa cuestión.
Rita Barberá cometió el sábado una grandísima imprudencia al permitir -no se si estaría incluso mejor dicho, al fomentar e impulsar- una mascletà en la plaza del ayuntamiento sabiendo que la manifestación (legal) del 15M pasaría por allí. La señora alcaldesa tiene todo el derecho del mundo a permitir, autorizar o denegar aquello que, de acuerdo a la ley, le está permitido hacer; y tanto derecho tiene a que los fieles del santo o santa de turno celebren la ocasión con una mascletà, como los manifestantes a conmemorar su primer aniversario de movilizaciones: todos son ciudadanos ejerciendo sus derechos y Barberá debería ejercer de alcaldesa de todos ellos en estas ocasiones.
Es evidente que Rita Barberá y su equipo de gobierno son mucho menos que mediocres gestores de la ciudad, incapaces de goberrnar para alguien más que sus acólitos y mantenidos e incapaces de mantener el pulso con la oposición, especialmente la de Compromís. El hecho de ser capaz de pensar y ejecutar la acción de montar un espectáculo pirotècnico en pleno paso de la manifestación, sin las vallas protectoras necesarias y sin -qué casualidad- la presencia de la policía necesaria para garantizar la seguridad de la gente, demuestra el alto grado de infantilismo e inconsciencia con el que actúa como máximo representante de la ciudad de Valencia; además de demostrar su evidente falta de sentido común y respeto por sus propios vecinos, lo que debería ser motivo de incapacidad permanente para gobernar. Evidentemente, de quien ha negado tantas veces como se ha pedido que se investiguen y depuren las responsabilidades sobre el accidente de metro en Valencia no se podía esperar más. Será que las mayorías absolutas les elevan y ciegan tanto que dejan de ver los cadáveres que estan en su paso.
Sin embargo, todas estas actuaciones, en las que falta mencionar la responsabilidad del concejal responsable de Protección Civil y de Policía o de la delegada del Gobierno Paula Sanchez de León, llena toda ella de gracia y atino político, no justifica, a mi juicio, una acción tan irresponsable y peligrosa como acceder al recinto donde se estaba montando la mascletà. No se si, como me han sugerido, había policía infiltrada preparada para provocar "la invasión" de la plaza; no se si surgió espontáneamente o si fue fruto de la indignación. Pero la ciudadanía, la que no comparte valores y actitudes de la derechona caduca y rancia que representan Barberá y su partido, la que debe ser germen y caldo de cultivo de un necesario cambio radical, profundo y permanente en las relaciones económicas y sociales, en la manera de entender qué somos y cómo debemos ser para poder vivir como seres humanos, no debería caer ni responder en las míseras provocaciones de abotargadas momias políticas. Decía Ghandi que la violencia es el miedo a los ideales de los demás. No podemos ni debemos tener miedo a lo que representa Barberá o Rajoy o Merkel porque no son nada más que carcasas vacías, marionetas de otros poderes a los que hay que combatir con inteligencia, coherencia, solidaridad, ejemplaridad y, fundamentalmente, ética y respeto.
A pesar de la alcaldesa, por mucho que le duela y le frustre a ella y a los suyos, las calles, las plazas y las grandes avenidas y alamedas siguen abiertas y han sido, son y serán siempre nuestras.
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